viernes, 29 de febrero de 2008

Antes de las tertulias...

Voy a hacer caso “al Tapi” y voy a hablar un poco de mí (de mis pensamientos, de mis emociones). Quedan unas pocas horas para que se desarrollen el ciclo de “tertulias pedagógicas” que estamos pedagogeando. En el metro iba yo leyendo uno de los libros que Jon me había dejado, un libro de cuentos o quien sabe que término podría asignar a tan mágicas palabras, titulado Relatos de el Viejo Antonio, pues pensamos utilizarlo en la tertulia. Y cual fue mi sorpresa y descubrimiento, sus palabras, las escritas, se meten dentro de ti y te hacen cosquillas, te pellizcan, te acarician y a veces incluso te llegan a arañar y a doler... pero es un dolor tan hermoso que igual te hace llorar de alegría que llorar de pena.
Una manera de que lo averigüéis el dejándote, dejándote, dejándote...


El león mata mirando

“El león no mata con las garras o con los colmillos. El león mata mirando. Primero se acerca despacio...en silencio, porque tiene nubes en las patas y le matan el ruido. Después salta y le da un revolcón a la víctima, un manotazo que tira, más que por la fuerza, por la sorpresa.
Después la queda viendo. La mira a su presa. Así...( el Viejo Antonio arruga el entrecejo y me clava los ojos negros). El pobre animalito que va a morir se queda viendo nomás, mira al león que lo mira. El animalito ya no se ve él mismo, mira lo que el león mira, mira la imagen del animalito en la mirada del león, mira que, en su mirarlo del león, es pequeño y débil. El animalito ni se pensaba si es pequeño y débil, era pues un animalito, ni grande ni pequeño, ni fuerte ni débil. Pero ahora mira en el mirarlo del león, mira el miedo. Y mirando que lo miran, el animalito se convence, él solo, de que es pequeño y débil. Y entonces el animalito ya no mira nada, se le entumecen los huesos así como cuando nos agarra el agua en la montaña, en la noche, en el frío. Y entonces el animalito se rinde así nomás, se deja, y el león se lo zampa sin pena. Así mata el león. Mata mirando. Pero hay un animalito que no hace así, que cuando lo topa el león no le hace caso y sigue como si nada, y si el león lo manotea, él contesta con un zarpazo de sus manitas, que son chiquitas pero duele la sangre que sacan. Y ese animalito no se deja del león porque no mira que lo miran...es ciego. “Topos”, les dicen a esos animalitos” (...)

Subcomandante Insurgente Marcos (Relatos de el Viejo Antonio, 2002, p. 29-30, CIACH)

martes, 26 de febrero de 2008

El sexo de los ángeles.

Una de las más lamentables carencia de información que han padecido los hombres y mujeres de todas las épocas se relaciona con el sexo de los ángeles. El dato nunca confirmado de que los ángeles no hacen el amor, quizás signifique que no lo hacen de la misma manera que los mortales. Otra versión, tampoco confirmada, pero más verosímil sugiere que, si bien los ángeles no hacen el amor con sus cuerpos por la mera razón que carecen de erotismo lo celebran, en cambio, con palabras, vale decir, con las orejas. Así, cada vez que Angel y Angela se encuentran en el cruce de dos transparencias, empiezan por mirarse, seducirse y sentarse mediante el intercambio de miradas, que, por supuesto, son angelicales. Y si Angel para abrir el fuego dice "Semilla", Angela para atizarlo responde "Surco". El dice "Alud" y ella tiernamente "Abismo". Las palabras se cruzan vertiginosas como meteoritos o acariciantes como copos, Angel dice "Madero" y Angela "Caverna". Aletean por ahí un ángel de la guarda misógino y silente y un ángel de la muerte viudo y tenebroso. Pero el par amatorio no se interrumpe. Sigue silabeando su amor. El dice "Manantial" y ella " Cuenca". Las sílabas se impregnan de rocío y aquí y allá, entre cristales de nieve, circula en el aire, sus expectativas. Angel dice "Estoqueo" y Angela radiante, "Herida", el dice "Tañido" y ella dice "Relato". Y en el preciso instante del orgasmo intraterreno, los cirros y los cúmulos, los estratos y nimbos se estremecen, entremolan, estallan y el amor de los ángeles llueve copiosamente sobre el mundo.
Mario Benedetti

jueves, 21 de febrero de 2008

El mundo

Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto del cielo.
A la vuelta, contó. Dijo que habia contemplado desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.
-El mundo es eso- reveló-.Un monton de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.
Eduardo Galeano ( El Libro de los Abrazos, 2007, p.1, Siglo XXI)

viernes, 8 de febrero de 2008


Monica Lignelli